Época: Arte Español Medieval
Inicio: Año 900
Fin: Año 1050

Antecedente:
Las iglesias del valle del Duero

(C) Concepción Abad Castro



Comentario

En este epígrafe queremos englobar a los tres protagonistas principales del período que estudiamos: norteños, mozárabes y la restauración de ciudades y templos. La documentación de la época, pese a la diversidad y, a veces, dispersión de los datos que ofrece, insiste en el constante deseo de la monarquía -deseo canalizado a menudo a través de los monasterios- de restaurar las ciudades y devolverles un cierto tono vital, al tiempo que se reorganiza administrativamente el territorio. En esta misma documentación, podemos comprobar cómo se yuxtaponen nombres cristianos con otros de origen árabe entre los firmantes u otorgantes de los distintos escritos, lo que nos permite formarnos una idea aproximada del papel equiparable que ambas comunidades vinieron a desempeñar en la nueva sociedad.
Decimos esto porque durante un tiempo se ha atribuido a la minoría mozárabe un papel primordial en la producción artística, que ha recibido su mismo calificativo. Sin embargo, la llegada de los abades Alfonso y Martín, como se refleja en los epígrafes de San Miguel de Escalada y San Martín de Castañeda, procedentes de Córdoba, quienes edificaron templos con sus propias manos, o la presencia de otras comunidades monásticas mozárabes, en León, son elementos suficientes para definir como suyas las obras producidas en el período. Ni siquiera puede afirmarse que ellos fueran los vehículos transmisores de algunos elementos formales, de apariencia islámica, con que cuenta la arquitectura del X que, como veremos, en cualquier caso, son sólo aspectos epidérmicos de unas estructuras y técnicas constructivas de tradición hispanogoda que ellos mismos emplearon. Su actuación, en cualquier caso, no es equiparable a la de otras figuras como el obispo Genadio, del que no se sabe su origen cierto, pero desde luego no mozárabe, que intervino en las fundaciones de varios monasterios leoneses como San Miguel de Escalada, Santiago de Peñalba, San Pedro de Montes, San Martín de Castañeda y otros.

Y, por último, cabría preguntarse cuál era realmente la experiencia arquitectónica y el bagaje formal que estos mozárabes podían aportar tras su estancia en tierras cordobesas, porque las obras que ellos habían visto en la sociedad islámica antes de partir acaso no estuvieran tan lejos de los planteamientos y técnicas constructivas preislámicos, pese a ser edificaciones al servicio del Islam. En consecuencia, poco relevante pudo ser el papel desempeñado por las comunidades mozárabes en la configuración de la arquitectura que se levantaba en los lugares repoblados, más si tenemos en cuenta que precisamente ellos eran los principales inspiradores del ideal restaurador goticista.

Sí es determinante, por el contrario, el tercer protagonista: la restauración de ciudades y templos. En las crónicas leonesas encontramos con frecuencia expresiones relativas a la reparación y reutilización de los edificios existentes en León y a la construcción de otros nuevos: "Procuró (el monarca) reedificar sus muros y aumentar su población con casas e iglesias; cuidaron de repararla y ennoblecerla con palacios y otros edificios..."; pero la documentación de la época refleja con más precisión esta realidad que afecta no sólo a la ciudad sino a gran parte del territorio.

Es un hecho el abandono y la destrucción de templos que ahora se restauran, a la vez que se construyen otros nuevos. La expresión "ecclesiam desertam", así como la que empleaba el diácono Odoyno al recibir dos iglesias que estaban abandonadas desde hacía más de dos siglos (que iacebant in exqualido de ducentis annis aut plus), o la ya mencionada de iglesias fundadas y abandonadas desde antiguo (ab antiquis), está presente en la documentación. Es evidente, por tanto, que se lleva a cabo un proceso de reconstrucción, que obedece a la necesidad de fortalecer la población y asegurar la pervivencia de los establecimientos. No se trata de destrucciones realizadas por las incursiones musulmanas, sino del abandono de muchos lugares por el proceso de dispersión de la población al que nos hemos venido refiriendo. Pero, al mismo tiempo, son numerosísimas las menciones a las iglesias y monasterios existentes desde los primeros años del siglo X, que se convierten en el principal objeto de donación, intercambio, compra, etc., que refleja la documentación. Basta comprobar la lista de iglesias que existen en el reinado de Alfonso III.

El problema es llegar a saber cómo eran estas construcciones. Seguramente la mayoría sólo contaba con paredes de adobe y sencillas cubiertas de madera, pero algunas de ellas podían ser antiguos templos hispanogodos levantados en piedra, que nosotros no hemos llegado a conocer, pero los repobladores sí.

Fuere como fuere, es evidente que existe una voluntad clara por parte de los monarcas y de particulares de protagonizar la restauración, y expresiones como la del obispo Diego de Valpuesta, en el año 940, son más que reveladoras: "Yo, Diego, edifiqué casas en villa Merosa, en los solares de mi tío el obispo Fredulpho, cubrí las iglesias, planté viñas, reparé las heredades y huertos con sus entradas y salidas y compuse todos los ajuares, y alhajas de los monasterios de San Pedro y San Román y San Juan (..) Llevamos maderas de cuatro casas y una trox, y las texas de tres iglesias de Valpuesta, componiendo con la dicha madera las casas y las iglesias de Villa Merosa con que quedaron reparadas".

El obispo Froilán II había edificado su propia casa desde los cimientos "labore perfecto". Ordoño II, en 953, se refiere a las casas e iglesias que los pobladores leoneses habían edificado en el alfoz de Salamanca. El mismo monarca había hecho la iglesia de los Santos Claudio, Lupercio y Victorico, situada en el arrabal de León, con sus propios medios (Cumque ab antiquitus fuisset erima tunc visum iussio domnica quia camera sola remansit inlesa (..) et ipsam eglesiam miro opere construxit adque in melius transformauit non cum imperalis oppressiones sed suis numeris). E incluso, a veces, las palabras son mucho más explícitas: "con mis manos hice un templo maravilloso desde los cimientos hasta su culminación" (quam a manibus meis fundaui et erexi, a pavimento usque ad sumitate, cum templum mirificum et domus oracionis).

Parece claro, pues, que se quiere dejar constancia de la intervención directa de cada uno en la restauración o edificación, de la calidad de la obra (expresiones como "labore perfecto" u "obtimo edifitio" son casi reiterativas), e incluso en alguna ocasión se especifican los materiales (es el caso, por ejemplo, de un templo monástico que el abad de Celanova ha de construir de acuerdo a las proporciones de otro, que no se señala, y ha de tener quince vigas).